jueves, 15 de noviembre de 2007

Hna. Magdalena de la Eucaristía, TESTIMONIO

Hna. Magdalena de la Eucaristía, TESTIMONIO

El Amor y la Gracia del Espíritu Santo reinen siempre en nuestras almas:

“Por la entrañable Misericordia de nuestro Dios nos ha visitado el sol que nace de lo Alto” así se siente esta pequeña Comunidad tras la marcha a la Casa del Padre de nuestra querida Hermana Magdalena de la Eucaristía: nos ha visitado el Señor y nos ha robado lo que es suyo, lo que desde toda la Eternidad siempre fue suyo… Y como toda visita del Señor, nos ha dejado llenas de paz y esperanza en que nuestra Hermana ya ha vencido a la muerte y se encuentra gozando ya sin límites del amor del Amado.

No es fácil referir algo de su vida, pues su paso por el Carmelo ha sido fugaz, muy breve aunque intenso: en dieciocho meses de vida religiosa ha sido consumada en el amor, inmolada por la Gloria del Corazón de Jesucristo y por la salvación de todas las almas. Nació nuestra Hna. Magdalena en México D.F., y a los 26 años se puso en contacto con nosotras diciendo que el Señor la llamaba a ser Carmelita Descalza. Después de unos meses de relación con la Comunidad en la distancia, dio el paso, cruzó el Atlántico e ingresó en el Carmelo el 30 de marzo del 2005 con toda la alegría e ilusión.

Los primeros meses fueron preciosos y a ella se la veía radiante, feliz, entusiasmada… Repetía muchas veces que la pena era no haber venido antes al Carmelo. Era muy alegre y exteriorizaba continuamente esa alegría en los recreos y siempre que había ocasión para ello. Al mismo tiempo tenía una gran dulzura en su trato: era angelical, suave, sencilla, fervorosa, humilde, dócil, callada… una postulante modelo.

Su celo por las almas, especialmente por las almas de los jóvenes, era muy intenso y deseaba ardientemente entregar su vida por ellos, para que conocieran a Jesucristo y su Evangelio. Continuamente nos repetía que quería ser mártir, ofrecerse por ellos… tenía sed de inmolación, de desagraviar y de consolar el Corazón de Cristo. Otro rasgo destacado de su vida espiritual era su amor a los sacerdotes y a las Misiones. Decía que deseaba ser -como Santa Teresita- misionera desde el Carmelo. En sus últimos días, cuando su inapetencia era total y veía que nos preocupábamos porque no comía nada, se sonrió y me dijo: “Ntra. Madre: me lo tomo ahora mismo por un misionero”

A finales del mes de abril del 2005 toda la Comunidad cogió un fuerte catarro que nos afectó a todas mucho con bastante fiebre y tos muy intensa y que fue largo de curar. A algunas hermanas –entre las que se hallaba la Hna.Magdalena- les duró la tos mucho tiempo, casi hasta junio, por eso no nos alarmamos al verla toser. Durante todo este tiempo, en que trabajamos muchísimo preparando la mudanza desde Rioseco, ella nunca se quejó de nada ni manifestó sentir cansancio ni malestar, sino que sirvió y trabajó como la primera, siempre sonriente y contenta. Comenzamos a preocuparnos al ver que todas nos recuperamos del catarro y ella seguía tosiendo. Una mañana nos dijo que había expectorado sangre y nos alarmamos muchísimo.

Después de varias visitas al médico, analíticas y pruebas, el diagnóstico fue terrible: un tumor pulmonar que requería una intervención quirúrgica urgente y muy arriesgada. Fue un golpe duro de encajar para todas, pero -con la Gracia de Dios- la Voluntad del Señor y sus misteriosos designios continuaron siendo “la alegría y el gozo de nuestro corazón”. Nuestra Hna. Magdalena, que era un ángel, aceptó con total paz y dulzura su enfermedad, abandonada y confiada en su Dios y Señor, y ha sido un ejemplo y un estímulo para todas nosotras. La intervención quirúrgica se llevó a cabo el 12 de septiembre del 2005 y fue un éxito. Le extirparon íntegro el pulmón izquierdo. El post-operatorio, a pesar del alto porcentaje de posibles complicaciones, transcurrió con total normalidad, pero los resultados de la biopsia no pudieron ser más nefastos: un cáncer muy agresivo y muy avanzado y con pocas posibilidades de curación... Nos dijeron que no llegaría a Navidad y que era conveniente que tomara el Hábito cuanto antes para que muriera Carmelita Descalza y poder darle la Profesión Solemne “in articulo mortis” cuando llegara la ocasión.

Con enorme pena y pidiendo a Dios un milagro, tomó el Hábito el 1 de octubre del pasado año, día de la fiesta de Santa Teresita, a quien tanto quería. Estaba radiante, muy feliz: era de verdad la novia del Cordero inmolado… A partir de ahí comenzó el tratamiento oncológico que fue largo y penoso. Ella lo afrontó con paz, entereza y valentía y cobramos esperanzas, pues en un principio la reacción fue positiva y parecía que mejoraba.

Exteriormente siguió su vida lo más normal posible dentro de los cuidados que requería su enfermedad. En todos estos meses permaneció silenciosa y oculta. Trabajando y sirviendo a la Comunidad siempre en todo lo que podía, especialmente en el trabajo de las formas y ayudando en la ropería. Si algo la mortificaba y la apenaba era no poder ser como todas en algunas cosas, no poder tirarse a ciertos trabajos más costosos, aunque paulatinamente aceptó también estas limitaciones y repetía suavemente: “hago lo que puedo…”

Al finalizar el verano comenzamos a encontrarla peor: más cansada, más pálida y más fatigada. Acudimos al médico, que le pidió una serie de pruebas, pero no nos dio tiempo a hacerlas. El sábado 23 de septiembre por la mañana amaneció con mucha fatiga y el brazo izquierdo inflamado, con un color violáceo y muy frío. Acudimos a urgencias y después de todo el día de pruebas y exploraciones la dejaron ingresada. Nos dijeron que tenía una trombosis de origen tumoral en el brazo y derrame pleural e intrapericárdico. Que estaba grave y que no había nada que hacer salvo aliviarla en lo posible.

En vista de la gravedad, la M. Supriora –que es además la M. Maestra- y yo, que estábamos junto a ella en el hospital le propusimos hacer su Profesión Solemne “in articulo mortis”, a lo que ella accedió feliz y muy emocionada. Y a eso de las 8 de la tarde, en medio de aquel trasiego de hospital, en un rinconcito de urgencias, fue diciendo nuestra fórmula de profesión ayudada por nosotras, pues la emoción nos impedía casi pronunciar palabra. Fueron momentos de Cielo, especialmente cuando pronunció las palabras “hasta la muerte”, sentíamos que la emoción nos vencía y desbordaba en lágrimas al contemplar la oblación total de aquella hija tan entrañablemente amada. Al finalizar le dije: “Hna. Magdalena, ahora ya es esposa de Jesucristo”. Ella no dijo nada, solamente sonrió mientras gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.

A partir de ese momento ella se abandonó más si cabe y su silencio y unión con Dios se percibían desde el exterior. No preguntaba, no se quejaba, sólo sonreía y esperaba. A las personas que se han interesado por ella en estos días les repetía: “no pidan que me ponga buena, pidan que me vaya pronto” y hablaba con toda naturalidad de que se iba. Era plenamente consciente de que la vida temporal se le acababa y esperaba serena la llegada del Esposo. Así transcurrió toda la semana, mientras los médicos valoraban qué se podía hacer para aliviarla de su fatiga, y nosotras contemplábamos impotentes cómo iba empeorando paulatinamente. El miércoles 27 nuestro querido párroco, el P. Luis Casado, le administró la Unción de Enfermos y recibió su última confesión. Quedó edificadísimo y muy conmovido.

El viernes 29 por la mañana amaneció peor y la M. Supriora me llamó para que acudiera lo antes posible al hospital pues estaba notablemente peor. Al llegar la encontré muy mal, entrando ya en la agonía, pero ella me recibió lúcida y hablaba todavía, incluso bromeó con la Hermana que me había acompañado, a la que no había visto desde que ingresó en el hospital. Hablamos con los médicos y estuvimos haciendo las diligencias oportunas para traerla a su Carmelo, tener el oxígeno en casa… etc.

Rezamos junto a ella el Credo y la Salve y las jaculatorias a los Corazones de Jesús y de María, a las que respondió con voz clara y fuerte. Permaneció lúcida hasta el último instante. Llegamos al convento a las dos menos cuarto de la tarde y acabábamos de entrar en la clausura; nos detuvimos un instante al pie de la escalera -junto a un cuadro de la Virgen de Guadalupe que una de las novicias se trajo de México- para ver cómo sería más oportuno subirla con la camilla, cuando volvió la cabeza hacia la Virgen y expiró. Para su Morenita del Tepeyac, de quien era tan amante, fue su última mirada. Dios me concedió la gracia de estar junto a ella en ese instante supremo, deseo que ella había expresado repetidas veces: “para que me entregue y ofrezca al Padre como la Virgen ofreció a Jesús” me decía. Recordé inmediatamente lo que me dijo unos días antes estando en el hospital: que estaba convencida de que -cuando se fuera al Cielo- la Virgen saldría a buscarla y la tomaría en sus brazos del mismo modo que lleva al Niño…

Era viernes y era alrededor de la hora Nona… contemplando aquel cadáver recordamos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, que una vez más renovaba el misterio pascual en una de nuestras Hermanas. Quedó con una indefinible expresión de paz y una misteriosa y enigmática sonrisa que nos hacía pensar en la Virgen que ya la tenía en sus brazos y en el encuentro gozoso con el Amado. Ya había llegado a la meta: a sus 28 años había sido consumada en el AMOR.

El sábado celebramos su Funeral y digo celebramos porque nuestro querido párroco, que lo presidió, quiso darle ese aire festivo y esperanzado; fue la Misa de su Profesión Solemne y quiso celebrarla con ornamentos blancos y cantando la Misa de Angelis con el Gloria incluído. Cantamos también O Gloriosa Virginum que es el himno que nuestro Ritual indica para la iniciar la Misa de la Profesión religiosa. Todo resultó muy emotivo y colmó nuestros corazones de esperanza.

No albergamos dudas de que nuestra Hna. Magdalena está ya gozando sin límites del amor del Amado, pero no obstante, les rogamos que la encomienden en sus oraciones, así como a esta pobre Comunidad, de manera especial a la menor y más pobre de todas


Fdo: Olga María del Redentor, i.c.d.
Priora

Valladolid, 3 de octubre del 2006

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