martes, 20 de noviembre de 2007

Juan Carlos Guerrero/ Esperanza en el Futuro de la Iglesia

Existe un motivo de esperanza en el futuro de la Iglesia

Muchas veces me he preguntado si es un sueño pensar en construir una Iglesia que tenga sus raíces en el servicio, en lo sencillo. Una Iglesia que sea más comunidad que institución, más llena de sensibilidad humana, lugar de compasión más que de servicios religiosos.

Demasiados interrogantes sin respuesta
¿Será demasiada ilusión pensar en una Iglesia capaz de acoger a todos?
¿Es posible una Iglesia con la que se identifiquen los jóvenes?
¿Es incompatible la Iglesia con la libertad de expresión?
¿La participación corresponsable de la mujer es viable en la Iglesia?
Éstas y más preguntas continúan sin respuesta en la práctica cotidiana de la Iglesia.
¿Es posible encontrar un motivo de esperanza en el futuro de la Iglesia?
Estos interrogantes no sólo provienen del ambiente cultural externo a la Iglesia. Desde hace tiempo son preguntas que se hacen los mismos bautizados. Una buena parte de ellos no tienen sentido de pertenencia con la Iglesia, la miran como un ente ajeno a su vida.

Alimentar una visión llena de esperanza
Vivimos tiempos en que los análisis de la situación sobre la Iglesia anticipan situaciones cada vez más extremas en su vida interna y en su encuentro con las culturas contemporáneas del mundo. Delante de esta situación, nada alentadora, hay que tener el ánimo de enfrentarla con los argumentos más positivos que encontremos.
Es por eso que me gusta repetir con Pío XII:
Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por tanto ellos, ellos especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia. (Discurso a los nuevos Cardenales 20-02-1946).

Una Iglesia posible
La afirmación de Pío XII tiene más de 60 años, sin embargo, cuanto más tiempo pasa parece menos creíble que la Iglesia sea la comunidad de los bautizados, de todos los bautizados, sobre todo de los laicos, de los bautizados “de a pie”.
Cuando sacamos las consecuencias de este discurso, y se convierte en convicción, se ve que uno de los pocos motivos de esperanza para el futuro de la Iglesia es el potencial que representa cada fiel laico. Cuando madura su conciencia de ser discípulo y apóstol, y vive su fe en el mismo sitio donde se desenvuelve cotidianamente, entonces la Iglesia cobra vida. Lo propio del laico es encarnar los valores evangélicos en el ambiente social donde vive.
Esta Iglesia en potencia podría ser respuesta a las preguntas planteadas. Pero, ¿es posible construirla?

Cuestión de fe en el Espíritu
No debería representar una sorpresa decir que el Espíritu de Jesús presente y actuante en el mundo y en los cristianos es la única fuerza capaz de transformar a la Iglesia, de convertirla profundamente.
Hoy más que nunca la Iglesia debe evangelizarse para poder evangelizar. Convertirse en una comunidad fraterna, capaz de dar razón de su fe con su testimonio de vida.
Es la presencia activa de los bautizados, de los fieles laicos, lo único que puede cambiarle el rostro a nuestra Iglesia. El fundamento de esta aseveración es la presencia del Espíritu que habita y actúa en cada bautizado.
Hace poco más de ocho años, el Papa Juan Pablo II escribía que el fruto más valioso deseado por el Sínodo sobre el tema de los Fieles Laicos, era la acogida de ellos a tomar parte activa, consciente y responsable en la misión de la Iglesia en esta magnífica y dramática hora de la historia, ante la llegada inminente del tercer milenio. Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos (cf. Christifideles Laici n. 3).
Entonces los Padres Sinodales señalaron la necesidad de promover una descripción positiva de la vocación y misión de los fieles laicos, afirmando su plena pertenencia a la Iglesia y a su misterio, y el carácter peculiar de su vocación, que tiene en modo especial la finalidad de buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios.

La raíz es la vocación bautismal
Realmente, la radical novedad cristiana se deriva del bautismo. Somos hijos de Dios, unidos a Jesucristo y a su Cuerpo que es la Iglesia; ungidos por el Espíritu Santo, habitados por él.
Cuando abrimos el espacio al desarrollo de la conciencia y dignidad de todos los bautizados, como un viento fresco, se siente la acción del Espíritu que va transformando desde dentro el ambiente eclesial.
Promover que los bautizados crezcan en su conciencia y dignidad de ser hijos de Dios y discípulos de Jesucristo es cuestión de fe en la presencia y acción del Espíritu en cada bautizado. No es un criterio cultural contemporáneo que asumimos. Es creer en la revelación del Señor Jesús.
Cuando se da el crecimiento de los bautizados laicos el ambiente eclesial comienza a reflejar la transformación que suscita el Espíritu. La comunidad eclesial se va identificando paulatinamente por un ambiente de comunión y participación, se desarrolla pluralidad y diversidad pero siempre con el objetivo de fortalecer la unidad.

La Iglesia y el Reino
La Iglesia a partir de los más sencillos, de los fieles laicos, pide con naturalidad a los ministros ordenados y a quienes viven la vida consagrada definir su opción por Cristo a partir de la vocación y espiritualidad bautismales. Porque si algún privilegio tienen es estar llamados a un mayor servicio.
El servicio es el criterio, no el poder. El encuentro fraterno y compasivo, por encima de la norma y la ley. Es la conciencia de pertenencia a una comunidad de fe. En contraste con la Iglesia donde el ministro ordenado es el centro de la vida de la comunidad cristiana, se va desarrollando una Iglesia ministerial, Cuerpo de Cristo, donde todos tienen un servicio y lo viven vinculados y complementándose con los demás.
Esta Iglesia a partir del bautismo, de los bautizados, para que sea signo del Reino, se construye tomando en cuenta a los sencillos, a los que no tienen sabiduría, a los pobres. Pues Dios ha elegido lo que el mundo considera débil para la construcción de su Reino (cf.1Cor 1,26-27).

Evangelio para la cultura secular
La evangelización hoy es misión especialmente para los laicos porque es en el ambiente secular donde hay que anunciar la Buena Noticia. Así que para cumplir su misión, su razón de ser, la Iglesia necesita convertir todo lo que sigue impidiendo que los bautizados sean miembros vivos del Cuerpo de Cristo. Esa transformación es vital y los signos de los tiempos la están pidiendo claramente. La renovación llegará conforme aumente la vitalidad de los laicos y su protagonismo en la misión evangelizadora.

Juan Carlos Guerrero
-Presbítero de México-

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