jueves, 17 de abril de 2008

Dios escoge lo mejor de su cosecha

Dios escoge lo mejor de su cosecha

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Vamos a hablar del estilo de vida que ha hecho grande a muchos de los más grandes hombres. Del estado de vida al que Dios ha llamado a sus piezas claves. De los hombres y mujeres que han mantenido su fidelidad en la línea de fuego, sin dar un paso atrás.

Me refiero al "va todo por Cristo": la vocación al sacerdocio (y a la consagración).

Esta es una carta que un sacerdote escribió a un joven que "encuentra" en el camino a Cristo y al que Nuestro Señor le hizo la misma proposición que a aquel del Evangelio: "Véndelo todo y sígueme".

"He leído tu carta con vivo interés y he dado gracias a Dios por la maravilla que su gracia, secundada por tu generosa colaboración, está realizando en ti. Conmovido por la sinceridad y energía espiritual con que sigues viviendo tu ideal de transformarte en Cristo por el camino más costoso, que en definitiva es el más auténtico, quisiera corresponder por mi parte, con la misma convicción a la certeza que tienes de que Cristo ha irrumpido en tu vida y de que no te queda otra alternativa que seguirle hasta el fin.

Mi modesta experiencia me permite decirte, con las palabras del mismo Cristo, que has escogido la mejor parte, que nadie te podrá arrebatar (cf. Lc 10, 42). Has sentido sobre ti aquella mirada penetrante, que Cristo dirigió al joven rico y has correspondido a ella con la seguridad de que su gracia, una vez que ha puesto en tus manos el arado, te va a conceder también el no abandonarlo y el no volver la vista atrás.

Has dicho a Cristo que lo quieres seguir porque estás convencido de sus condiciones, condiciones que bien sabes son de renuncia, de lucha contra el propio egoísmo, de muerte, incluso, para conquistar la vida verdadera. Te has dado cuenta, además, de la urgencia apostólica que encierra y reclama aquella declaración de Cristo: «Yo os he puesto en el mundo para que den fruto y su fruto permanezca para siempre» (Jn 15, 16).

Quiero, sin embargo, para que te sirva de estímulo y de guía, describirte la maravillosa experiencia de Cristo que realizó en su vida San Pablo, quien de perseguidor inconmovible y convencido, fue convertido en apóstol ardiente hasta el supremo sacrificio de su vida; de enemigo persona, en uno de los amigos más apasionados y arrolladores que ha tenido Cristo. San Pablo considera el amor de Cristo a su vida como una gracia completamente inmerecida, como un combate en el que prevaleció el más fuerte, el que tenía mayor capacidad de amar. Por eso, declara que ha sido alcanzado, que ha sido hecho prisionero por Cristo. Siente en alma viva cómo se volcó sobre él el amor de Cristo y por eso declara con tanta frecuencia: «Cristo me amó y se entregó a la muerte por mí» (Ga 2, 20).

Por eso se siente ligado fuertemente a Cristo, crucificado con Él, partícipe de su pasión con sus luchas por engendrar nuevos cristianos. Confía ardientemente en Él y grita ante todo el mundo la certeza inquebrantable que lo anima de que nada ni nadie lo arrancarán del amor a Cristo, precisamente porque es un amor que nace en Cristo, tiene su arraigo en Él y, por lo mismo, posee la firmeza de lo divino. Pero, al mismo tiempo, considera el apóstol ese amor como una conquista personal suya y es plenamente consciente de los sacrificios que el alcanzarla y conservarla le suponen: romper con todo lo que le liga al mundo: su condición de judío, de fariseo observante, de doctor de la ley, es decir, de todo lo que para él es humanamente lo más entrañable. Ahora que posee a Cristo, considera todo eso como pérdida, como estiércol, (para conservar la misma palabra de San Pablo). Pero también, se estremece cuando piensa que puede hacerse indigno de esta vocación, y por eso pide oraciones a los cristianos, crucifica su cuerpo, soporta mil vejaciones con el anhelo de alcanzar la completa posesión de Cristo, su supremo y único bien.


1. Ser sacerdote es convertirse en "otro Cristo". Es decir, cuando un joven recibe el llamado de Dios para seguirlo en la vocación más grande que existe, que es seguir de la manera más fiel al Maestro, a Jesús, se convierte inevitablemente en:

• el motor del mundo,
• en el sostén de la Iglesia,
• en el testimonio de vida y de entrega a los demás,
• en el hombre pleno por excelencia,
• en el portador de la salvación para los hombres (sin el sacerdote, no habrían sacramentos),
• en otro Cristo.


2. Dios escoge lo mejor de su cosecha. Para ser sacerdote es necesario que Dios piense en alguien especial, muy especial. Y que le conceda la gracia de la vocación al sacerdocio o vida religiosa. No es para todos, no es para cualquiera. Ni siquiera puede una persona auto proclamar que "tiene vocación". Esta vocación es un regalo de Dios, en la cual manifiesta una predilección especial por un joven, para que se convierta en el guía de Su rebaño. Y hay que estar atentos a cuando "de pronto" entra una inquietud y un interés particular por ese estilo de vida: puede ser Dios queriendo tocar las puertas de nuestra alma.


3. Es una vocación concreta. Dios llama con nombre y apellido a alguien, en algún momento de su vida, para que le responda en algún momento determinado, y entre en el Seminario como Él espera. No es una "idea" rondando en la cabeza: es Dios que necesita operarios, aún cuando Él es omnipotente y todopoderoso.

No es una vocación para gente extraña. Todo lo contrario, es para los más amados y cercanos a Nuestro Señor. Tampoco es una vocación "rara" de encontrar, que ya en nuestros tiempos no se debería dar. Lo que pasa es que estamos ya tan llenos de ruido, de pasiones, de distracciones, que no nos damos la oportunidad de escuchar en nuestro interior. Tan no es rara, que solamente existen dos tipos de vocación, y una es precisamente la consagración a Jesús como sacerdote, pastor de Su Iglesia.


4. Cualidades que se necesitan.

Una capacidad inmensa de amar (como lo hizo Jesucristo) y un corazón donde quepa toda la humanidad. Cuesta, es cierto, pero te hace el más feliz y el hombre más pleno de la Creación. Muchos creen que duele aceptar la vocación. Parece que se va a perder la vida pues hay que entregársela a Dios. Nada más falso que eso, ya que la vida es toda de Dios, ya sea casado, soltero, consagrado.

La diferencia está en que los sacerdotes, religiosos o religiosas y laicos consagrados ya no se van a dar de topes buscando la felicidad en otros lados, como lo haremos la gran mayoría, hasta encontrar el caminito seguro que nos lleva a Dios.

Los que tienen el llamado y deciden entregar toda su vida ya se adelantaron a vivir en contemplación divina y ahora guían a los demás hacia Dios.


5. Pasos para saber si hay vocación.

Un sacerdote, acostumbrado a descubrir vocaciones sacerdotales y religiosas, recomienda las siguientes cinco claves para resolver el "misterioso llamado" de Dios:

1. Inteligencia sana, compatible con una fe vigorosa.

2. Salud física y mental.

3. Don de gentes (tener una natural simpatía y gusto por ser sociable).

4. Gusto por las cosas de Dios (querer colaborar con las "cosas del Padre")

5. La más importante: Ser llamado por Dios. Y esto sólo se sabe de cara (y de rodillas) al Sagrario.

Cuando una persona decide responder al llamado que Dios le está haciendo de consagrar su vida como religiosa, sacerdote, siempre existirán las grandes "voces de la experiencia", que tratan de convencerla de "no desperdiciar su vida".

Debemos estar muy atentos y analizar siempre qué es realmente vivir. Y vivir es llegar a ser pleno, ser el más feliz, ayudar a los demás en todo lo que se pueda, tomar decisiones trascendentes y seguirlas con la firmeza de una roca, ser el guía de los demás, ser el mejor amigo de Dios, tenerlo todo. Ante una visión de estas, cualquier argumento caerá por tierra.


Algo que no debes olvidar

• Ser sacerdote es convertirse en "otro Cristo".

• Para ser sacerdote es necesario que Dios conceda la gracia y llame a la vida consagrada.

• Es una vocación concreta. Dios llama con nombre y apellido a alguien, en algún momento de su vida, para que le respondamos en algún momento determinado.

• No es una vocación para gente extraña. Todo lo contrario, es para los más amados y cercanos a Nuestro Señor.

• No es una vocación rara de encontrar: estamos ya tan llenos de ruido, de pasiones, de distracciones, que no nos damos chance para escuchar en nuestro interior.

• Se necesita una capacidad inmensa de amar y un corazón donde quepa toda la humanidad

• Pareciera que aceptar la vocación duele, porque se va a perder "lo mejor de la vida". Pero la vida es toda de Dios.

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