jueves, 10 de abril de 2008

Testimonios Vocacionales - Semana de las Vocaciones Chile 2008

Álvaro Mauricio Aedo González
Seminarista
Diócesis de San Bernardo

¿Cómo descubriste tu vocación?

Fue un proceso de discernimiento vocacional de cerca de un año. Que comenzó con la resolución de la pregunta ¿Qué quiere Cristo de mí?. En este proceso, apoyado por un director espiritual, fue fundamental la oración y la vida sacramental. Así partí, sin ningún prejuicio, dejando abierta la posibilidad a cualquier vocación, aunque debo reconocer que veía muy difícil lo del sacerdocio, pues nunca se me había pasado por la cabeza.

En este camino fui avanzando gradualmente, me pareció que podía servir desde mi carrera (derecho) en la vida consagrada o en algún movimiento eclesial. Eso estaba muy firme, pues a mí me acomodaba y gustaba mucho.

Pero, con el tiempo, fui sintiendo un fuerte atractivo por la vida sacerdotal. Por ejemplo, en lecturas espirituales, pasando cerca de alguna Iglesia o viendo algún sacerdote, sentía comúnmente un fuerte impulso a decir, sin explicación aparente: esto es lo que Dios quiere de mí.

Así el paso siguiente, fue ver bien de que se trataba esto, por lo que me acerqué a las jornadas vocacionales en el Seminario. Debo decir, que la primera vez que puse un pie ahí, fue como estar en casa, quedé maravillado, era como si por alguna extraña razón toda mi vida se hubiera ordenado a estar ahí. Esto se confirmó con el mayor conocimiento que tuve del sacerdocio, sobretodo en la vida diocesana.

Ahora bien, este proceso de discernimiento vocacional no hubo revelaciones o apariciones, sino que llegó un momento en que en la oración y meditación tomé todos los elementos que poseía (del presente y pasado), y logré divisar, ayudado por la gracia divina, que el Señor me pedía entrar aquí y en esta época. En otras palabras se fue formando una certeza moral.

En conclusión, mi proceso de discernimiento vocacional se resume en tener muy claro que nuestras vidas deben caminar al paso de Dios, dejando que Él vaya mostrando el camino, anteponiendo su voluntad a la mía, recordando que “los pensamientos de Dios no son los de los hombres”. Esto se alcanza con una firme disposición de encontrar a Cristo en la oración, en la vida sacramental y, en la vida de la Iglesia. Y pedir la gracia, para decir que sí, a pesar de todos los “pero...”, que siempre habrá.



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